Por Pablo Hidalgo
Para Aristóteles, la política no era un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien de un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se interrelacionan en los casos reales. Todos podemos estar de acuerdo o no con la filosofía aristotélica del concepto de política y de su visión de cómo se organizan las sociedades y de sus estructuras jerárquicas que él plantea en sus ideas, sin embargo, nadie puede negar que esta palabra derivada del griego Polis, cuyo significado hace alusión a las ciudades griegas que formaban los estados y cuyos gobiernos eran parcialmente democráticos, es una concepción que abarca todas las formas de interrelacionarnos como seres humanos.
Muchos han sido los enfoques que distintos pensadores han tratado de darle a esta actividad diaria de los ciudadanos organizados. Aparte del mencionado, podemos encontrar a su maestro Platón y al filósofo precursor Sócrates. Mucho tiempo después, durante el siglo XX, fue Gramsci quien intentó suministrar una respuesta a la verdadera razón de la política dándole una concepción de ampliación al Estado y su redefinición del concepto de hegemonía, rompiendo con esto con las categorías fundamentales de lo que se denomina filosofía de la política burguesa. No obstante, bastante lejos está esta columna de focalizar la mirada en alguna posición ideológica en cuanto a la actividad política. Muy por el contrario, aunque sería muy respetable hacerlo con cualquiera que ella sea, la intención es desmitificar esta actividad como una diligencia exclusivamente partidaria y visualizarla como una actividad de la cual todos y todas estamos inmersos y que se expresa en nuestra cotidianidad.
Son incontables las ocasiones durante las asambleas sindicales donde muchos socios y socias interpelan a sus dirigentes a no inmiscuirse en política y no “politizar” a la organización. Ante lo que nos enfrentamos a un problema social serio que vivimos a nivel mundial, pero que en nuestro país se viene incubando desde hace décadas con un proceso de “despolitización” de la ciudadanía que comenzó con la dictadura cívico-militar y que continuó con la sicología concertacionista, la cual pensaba que los chilenos y chilenas no necesitábamos de educación cívica.
Dentro de todas las definiciones que podamos dar de política, podemos mencionar una que es la más básica y exenta de toda animadversión: es una actividad cuya razón de ser es alcanzar un fin preciso; el bien común. Precisamente ese es el objetivo en el mundo de los y las trabajadoras de las organizaciones sindicales. Por supuesto, los dirigentes tienen todo el derecho, al igual que todos los ciudadanos, a tener ideología y pertenecer a algún partido político si lo desean, siempre y cuando las decisiones que se tomen sean en beneficio de la organización y no del partido al que se pertenece.
Diferenciar la política de la política partidista es algo que se hace urgente en el mundo trabajador. Un ejemplo claro de esto es el reciente retiro del 10% de los ahorros previsionales de los chilenos y chilenas para mitigar un poco la catástrofe que ha dejado el paso del Covid-19 en esta pandemia mundial. Si las organizaciones sindicales y sociales no hubiesen impulsado durante años la discusión sobre las pensiones y el sistema previsional, jamás habría habido voluntad política de los partidos para acceder al retiro de fondos. Eso se debió a la presión del pueblo chileno y al proceso deliberativo que todas y todos los habitantes de este país realizamos de distintas maneras con respecto al tema: eso se llama hacer política.
Es menester impulsar un proceso de educación cívica y de repolitización del pueblo chileno, para no caer en las caricaturas que les conviene precisamente a los que siempre han desprestigiado esta noble actividad y que creen en el aspecto más negativo de la filosofía aristotélica, que señala que es natural que haya “maestros capaces de gobernar” y “esclavos naturales” utilizados por su fuerza de trabajo. Ya en el siglo VI a.C Confucio, un filósofo de la antigua China, nos hablaba de las características que tenía que tener la política y las personas que la ejercían desde el Estado: “sólo cuando los líderes eran virtuosos, moralmente fuertes, podía esperarse paz y prosperidad”. Algo tan necesario, sobre todo en nuestros tiempos. Y agregaba: “la luz requerida para un gobierno de éxito era el discernimiento de que no hay fórmulas mágicas. Sólo cuando las personas son buenas, cuando persisten en hacer lo que es correcto y justo, una comunidad prosperará”.
Estas sabias palabras nos deben hacer reflexionar, entendiendo que somos todos responsables de reivindicar este arte de ponerse de acuerdo y ejercerla como un deber y un derecho ciudadano. Sólo así revertiremos esta actividad vista actualmente como viciosa en una actividad virtuosa. De esta forma detendremos conscientemente el declive de la política y su desprestigio en el mundo trabajador.
(Columna publicada en El Desconcierto y Le Monde diplomatique)