La defensa clasista del gobierno a la Constitución


Por Luis Mesina

En 1848, Marx escribía en su controvertida obra, el manifiesto comunista: “toda la historia de la humanidad, hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Esclavistas y esclavos; patricios y plebeyos; trabajadores y burgueses; en una palabra, la historia de la humanidad ha sido siempre entre opresores y oprimidos, permanentemente empeñados en una lucha por derechos e intereses, que ha conducido en cada etapa de la historia a transformaciones revolucionarias del régimen social dominante y a la desaparición de las clases beligerantes.

La historia nos sirve justamente para confirmar o desestimar si la certeza de esa aseveración, que Marx pronunciara tan categóricamente hace 170 años atrás, era correcta, o más bien correspondía a una apreciación circunstancial determinada por el momento histórico que le tocó vivir en el Siglo XIX.

Quienes han dominado y controlado en la era moderna los destinos de los estados, han desarrollado todos sus esfuerzos, intelectuales, políticos y culturales por desestimar ese juicio certero de que la historia es la historia de la lucha de clases, recurriendo a diversos argumentos, todos ellos, carentes de rigurosidad científica, pues, la historia, como parte de la ciencia social nada ha inventado, solo ha constatado la evidencia de los hechos a lo largo de un periodo

Y podemos constatar esto, con lo que ocurre en nuestro país.

El pasado miércoles 17 de junio se discutió en el Congreso la extensión del post natal. La presidenta del Senado, la senadora Adriana Muñoz, había señalado días atrás que ella estaría dispuesta a pasar por encima de una norma con tal de hacer justicia a las mujeres que enfrentan serias dificultades para trabajar y cumplir con sus obligaciones, dado que las salas cunas y jardines infantiles se encuentran cerrados y no tienen quien les cuide a sus hijos. Parecía absolutamente razonable ese criterio de la senadora Muñoz. Sin embargo, los defensores de la actual Constitución espuria desataron toda una estrategia comunicacional para arrinconar a la senadora, acusándola de transgredir el juramento de respetar la constitución. ¿Por qué?, porque la iniciativa de legislar en materias que irroguen gastos al estado, es una competencia exclusiva del ejecutivo, del presidente de la república.

De esta manera, amenazaron con las penas del infierno, recurrir a su tribunal político, el tribunal constitucional, y para eso, contaban con la complicidad de cierto sector de la prensa: los matinales de la televisión, que se han convertido en el espacio donde la farándula transforma la moral de los políticos y los convierte en actores de espectáculos frívolos que denostan la política usando la demagogia y los sofismas como herramientas en el debate. Esta es la clara expresión de la decadencia en la que nos encontramos.

Pero lo que ha resultado grotesco y confirma que nuestras sociedades están profundamente divididas, es que a pesar de los esfuerzos por intentar hacernos creer que somos una sociedad mancomunada y unida, a diario, permanentemente constatamos eso que genera tanta disconformidad que se traduce en la falta de credibilidad hacia los políticos y empresarios de nuestro país: el abuso y la desigualdad.

La semana pasada salió el fallo de la Corte de Apelaciones de Antofagasta que favoreció de manera unánime a la profesora María Angelica Ojeda, que recibe una pensión de 192 mil pesos. Luego de trabajar más de 35 años como profesora, educar a miles de jóvenes la Corte de Apelaciones estimó que la sociedad producía una acto de arbitrariedad. No es posible que una persona que le entrega tanto a la sociedad sufra como recompensa la pobreza permanente de un sistema fracasado como son las AFP y declaró el reintegro total de su ahorro acumulado (46 millones de pesos), que tampoco es tanto dinero, pero le sirve para pagar el saldo de su casa.
Cual es el problema que hemos querido dejar de manifiesto, que nuestra sociedad está profundamente dividida en clases sociales. Es imposible negarlo.

Luego de conocido el fallo. Salió el Sr. Juan Sutil, el jefe del sindicato de los grandes empresarios, la CPC a cuestionar dicho fallo y, en un acto impúdico, sin ninguna consideración, así como el terrateniente en el pasado reciente oficiaba a los jueces fallar de acuerdo a sus intereses, expresó en la televisión con tono imperativo que esperaba que la corte suprema rectifique esta decisión y deniegue el beneficio a la profesora. O sea, defiende un sistema que le ha generado a él y a sus representantes grandes beneficios, pues ocupan para sus negocios nuestros ahorros y la profesora no puede hacerlo.

No obstante, esto no fue lo único, puesto que la vocera de Gobierno Karla Rubilar, señaló que era inconveniente la decisión de este fallo. De esta manera, la autoridad se inmiscuyó en una sentencia de otro poder del Estado, cuestión, que contraviene la propia Constitución que defienden en otras situaciones, por ejemplo para el tema del post natal. En este caso, poco les importó contradecirse si se trata de defender los derechos de su clase.

Entonces, ¿Existe o no existe la diferencia de clase? ¿Estaba equivocado Marx cuando la sentenció con tanta precisión?. Él no la inventó, la descubrió luego de analizar la realidad material en la que se dan las relaciones sociales.

Chile es un país largo y estrecho y en toda su geografía se expresa la profunda diferencia social. La desigualdad es la característica. El abuso se convirtió en el detonante que hizo estallar a todo un pueblo el 18 de octubre. Y hoy, bajo la pandemia, pretenden los mismos responsables del caos social, seguir imponiendo sus esquemas, tratándonos como si aún estuviéramos dominados bajo el régimen feudal. La sociedad cambió con la revolución francesa. Logramos conquistar muchos derechos que sin embargo, hoy, en el siglo XXI parecen difíciles ejercer, porque los señores poderosos persisten en mantener la injusticia.

Tenemos el desafío de cambiar las cosas en beneficio de las mayorías, de hacer justicia, de construir un mundo mejor y más humano. De qué depende, de las mayorías. A eso estamos llamados en la hora presente.