Hace un siglo, 129 obreras textiles norteamericanas murieron calcinadas, en medio de una dura lucha por mejoras salariales. Eran costureras que trabajaban en la oscuridad de los talleres, sin horario y sin derechos. Esa tragedia originó el Día Internacional de la Mujer.
En Chile, además de las incontables mujeres que laboran sin remuneración en tareas domésticas, ya forman parte en un 43 % de la fuerza laboral chilena. Como era de esperar en una sociedad marcada a fuego por la desigualdad, la discriminación y el machismo promovido por los de arriba –hombres y blancos y ricos-, las mujeres trabajadoras obtienen alrededor de un 20 % menos de remuneraciones que los hombres; muchísimas mantienen solas el hogar; son víctimas del acoso sexual en sus trabajos, en la calle y en la casa; son utilizadas para adornar los productos comerciales; su inteligencia es observada con sospecha y desdén; y en el mejor de los casos, son siempre musas de inspiración, pero jamás creadoras.
Junto con los jóvenes y los ancianos, las mujeres llenan los cupos de los empleos peor remunerados, los más precarizados. El capital –masculino y patronal- las ocupa como objeto de producción mal calificado; y la cultura predominante, las tiene por seres incompletos. No vale siquiera mencionar el horror del femicidio en plena era de los computadores portátiles y los viajes espaciales.
En el caso de las mujeres bancarias, nuestro principal atropello social lo vivimos a la hora de cometer el pecado de embarazarnos. La maternidad es una amenaza para las ganancias financieras. Ser madre en un banco multiplica las posibilidades del despido, precisamente en el período en que un ingreso salarial es más urgente.
Las demandas propias de las trabajadoras bancarias, de las administrativas, las ejecutivas de las fuerzas de venta, las cajeras, las secretarias, son derechos incumplidos que se agregan al de todas las mujeres chilenas.
Pero el tiempo y la lucha mundial por la emancipación de la mujer –castigada de mil formas en la historia de la humanidad- ya viene por sus fueros. La conciencia aumenta y nuestras voces reunidas resuenan con justicia en todos los rincones del mundo. La formación de nuestros hijos en este ámbito es de superior responsabilidad nuestra. De nosotras depende el futuro y el lugar que en ese futuro ocuparán las mujeres. Ni por decretos, ni por pura tolerancia masculina llegaremos a protagonizar la historia que se apresura en llegar. Será producto de nuestra capacidad de dignificar nuestra condición. Somos la mitad de la humanidad, y en nuestras manos está compartir todos los ámbitos del desarrollo humano ahora y mañana.
Por eso digamos con la venezolana, Gloria Marín, “Mujer, espiga abierta entre pañales / cadena de eslabones ancestrales / ovario fuerte, di lo que vales / la vida empieza donde todos somos iguales.”