Nuevamente la democracia chilena muestra su verdadera cara. Una crisis profunda. Una democracia que no es tal, más bien, una parodia.
Se sostiene que cuando no hay libertad de prensa, no hay democracia, y si la hay, ésta, es muy frágil, pues, si no hay libertad de prensa, las personas, los ciudadanos, no pueden informarse adecuadamente y quedan sometidos y prisioneros de quien controla el medio o los medios de comunicación. La verdad se distorsiona, se interviene premeditadamente para manipular las emociones de las personas y crear una determinada verdad en la opinión pública, la era de la post verdad.
La disputa por el control de la información es de larga data. Pues detrás de ello, hay control político y éste garantiza control económico. George Orwell, advertía de los peligros que encierra el control totalitario de la información, al punto que, tal dominio lleva inexorablemente a la reducción del lenguaje, el cual, al reducirse, reduce también la capacidad cognitiva de los individuos y por ende reduce las posibilidades de pensar, y los pueblos que no piensan, jamás podrán liberarse de las ataduras que los mantienen prisioneros a un determinado modo de existencia y a un determinado modo de producción.
Es lo que pasa en Chile hace décadas. El poder de los medios de comunicación en pocas manos provoca una asimetría en la información, por lo general acompañada de una sistemática mentira que se instala buscando cambiar la opinión de las personas, sobre determinados hechos cuyos intereses, mayoritariamente, están en concordancia con los intereses de los propietarios de los grandes medios de comunicación, radios, periódicos, televisión.
Por ejemplo, durante meses los canales de televisión y radios, difunden continuamente la propaganda de las AFP, en particular, esa que refuerza la propiedad individual, anteponiéndola mañosamente a la solidaridad. “Que no te quiten tu platita”…“el seis por ciento, yo la quiero completamente en mi cuenta personal”, dice majaderamente.
Son cientos de millones los que se gastan en estas campañas, que se tornan abusivas toda vez que, con el dinero de los propios afiliados al sistema, engañan y desinforman con el objetivo de cautelar el espurio negocio en el que se ha convertido la previsión chilena. La complicidad de los propietarios de los medios de comunicación con las AFP es evidente, por un lado, las impactantes utilidades de los propietarios de las AFP, y por otro, la defensa del mercado de valores que se ha construido por años con el salario de los trabajadores y que se usa para el financiamiento de los grandes grupos económicos, incluidos, por cierto. los grandes dueños de la televisión y diarios como Luksic, Heller, Edwards y Saieh.
En estas semanas, la estrategia comunicacional paupérrima en contenidos, sesgada ideológicamente instala una post verdad que busca colocar en la mente de las mayorías una determinada realidad. El reality en que se ha convertido el “caso Monsalve” no es casual. Hay detrás una operación concertada de la televisión, las radios y periódicos al servicio de una causa política, cual es, concentrar toda la opinión sobre este caso e invisibilizar, o al menos reducir al máximo, la exposición de otros casos, tan o más graves que el de Monsalve.
El caso audios de Hermosilla, develó la trama fraudulenta que existe en la elite vinculada directamente a la política chilena. Los vínculos de Hermosilla, Chadwick y Piñera muestra hasta qué niveles de la jerarquía política institucional llegarán los brazos de la corrupción. Y es que no son solo estos nombres, el propio fiscal nacional ha mentido descaradamente sin que a la fecha deba responder de sus actos. Exfiscales, entre ellos Manuel Guerra, que aparece claramente operando para impedir que la justicia opere como debiera.
¿Quiénes se benefician de esta corrupción? Unos pocos, vinculados al poder económico. ¿Quiénes se perjudican? Las mayorías que viven honradamente del trabajo. La corrupción no es gratis, alguien la paga, y cuando está corrompe todas las esferas, el peligro que acecha sobre la sociedad es grande, pues lo que está de verdad en juego es la democracia, un régimen político que, sin libertad de expresión y de información, pierde sentido para las mayorías.
El caso Monsalve debe ser investigado con rigurosidad, es menester para despejar dudas, muchas de las cuales surgieron producto de la instalación interesada de medios de comunicación en el contexto de la contienda electoral que a pocos les interesa; pero, para quienes por cinco décadas han gozado de los beneficios del Estado les interesa perpetuarlos. No es la verdad la que interesa, sino la manipulación para desviar de lo sustantivo.
Asimismo, Chadwick, Hermosilla, el fiscal nacional Valencia, Manuel Guerra y tantos otros individuos arrimados al poder, deben ser investigados a fondo y ante el delito, ser condenados a pagar por sus fechorías. Es un primer paso, no definitivo, para que la ciudadanía comience a recuperar confianza.
El segundo paso y definitivo es luchar por la libertad de información, luchar por la libertad de prensa, aspiraciones no imposibles que, durante el peor momento de la tiranía, el pueblo consciente y decidido logró superar creando medios alternativos al poder, fueron revistas, diarios, radios populares que crecieron al calor de la lucha por democracia. Hoy, esa experiencia debe servir para tener presente que nada es imposible cuando una ciudadanía se propone recuperar para sí algo esencial para su existencia, la “democracia verdadera”, esa que haga posible el ejercicio de derechos en igualdad de condiciones, mientras eso no se consiga, seguiremos prisioneros de quienes controlan los medios y seguiremos siendo víctimas de la mentira y el engaño.
Columna de Luis Mesina 22 de noviembre de 2024
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