Columna de JOSÉ LUIS UGARTE – El Mostrador.
Cada fin de año se repite —con la misma parafernalia— la liturgia de las premiaciones. Los medios de prensa escrito con cercanías al mundo empresarial hacen encuestas entre sus propios afiliados y se reparten los elogios a los que han hecho bien la pega —básicamente seguir sosteniendo el modelo económico— y se castiga, en buena onda eso sí, a los que no se esforzaron tanto por el país.
Nuestra elite económica se premia a sí misma por los servicios prestados al país y a los emprendedores. Todos tocan algo.
Y ahí, qué duda cabe, Matthei recibirá una excelente nota y de seguro el premio a la ministra destacada del año.
¿La razón?
Más que obvia. No haber hecho prácticamente nada.
Salvo su clásico estilo —todo le emociona y todo le indigna con la misma intensidad— el año 2012 se caracterizará por haber sido el más inútil de los años para los trabajadores chilenos de los que se tenga memoria.
Y vamos a ser claros, después de la Concertación eso no es nada fácil.
En este año, salvo un conjunto de leyes insignificantes para la inmensa mayoría de los trabajadores (normas sobre temas específicos como semana corrida o de las que ya existía protección como acoso laboral) y de los shows mediáticos de fiscalización laboral para ciertas fechas —Matthei al pie de los buses en verano y de los mall en Navidad—, los trabajadores en Chile no tuvieron ninguna noticia interesante que celebrar en materia laboral.
Las empresas son como fundaciones. Dan empleo y ese premio debe recibirse como quien recibe una donación: con agradecimiento propio de quien ha recibido un regalo que no merecía. Con bajos sueldos, malos olores o lo que la circunstancia amerite.
Ni se terminó con el multirut —la promesa estrella de Matthei cada vez que habla—, ni se dictó la nueva legislación de seguridad e higiene en el trabajo —la promesa de Piñera a los mineros de San José—. Y en realidad, nada de nada.
¿Fortalecer la negociación colectiva como decía el programa de la nueva forma de gobernar? Ni hablar. Ni siquiera un mísero proyecto para que duerma el sueño de los justos en el Congreso.
Ahora, no nos engañemos. Nada de esto fue un error.
No se trata de la una gestión deficiente de Matthei, sino todo lo contrario: la plasmación de su íntima convicción de que lo mejor para Chile es que en materia de derechos de los trabajadores no pase nada.
Y ello, por una sencilla razón que explican sus propias palabras.
El trabajo, a ojos de esa elite que ella representa, es una gracia con la que se premia a los necesitados. Por ello, cuando se protesta —como en Freirina— se hace algo que en su mirada es profundamente irresponsable: se pone en riesgo esa dádiva que es el empleo.
De ahí su indignación con los malagradecidos: “No nos vengan después a pedir trabajo”, decía con tono de patrona a la antigua.
Creencia primera entre todas en el manual de la elite empresarial criolla. Y hegemónicamente impuesta por la elite —la que da ese empleo— al resto de la sociedad chilena en su conjunto —la que lo recibe—: el emprendedor da trabajo y el trabajador recoge una oportunidad que debe agradecer.
Las empresas son como fundaciones. Dan empleo y ese premio debe recibirse como quien recibe una donación: con agradecimiento propio de quien ha recibido un regalo que no merecía. Con bajos sueldos, malos olores o lo que la circunstancia amerite.
He aquí la fuente de todas las prepotencias empresariales en Chile: “Déjenos trabajar tranquilos” suele espetar cada vez que le conviene Paulmann —y otros como él— a todos los Presidentes de Chile, recordándoles que ellos dan empleo como filántropo que reparte los panes entre los hambrientos.
Lo dramático es que, para ser claros, no solo es la creencia de Matthei. En los gobiernos de la Concertación un ministro de Hacienda de la época llamaba a los trabajadores a moderar las pretensiones salariales porque “había que cuidar la pega”.
No es lo mismo, pero es igual: no debe morderse la mano que te da de comer.
Es una forma de mirar las cosas tan asumida por nuestra elite que la repiten como si fuera una verdad evidente. Evidencia que esconde lo menos obvio: la perversión de lenguaje de la que se alimenta.
Como se ha dicho antes, la empresa necesita el empleo, quien lo tiene y lo ofrece es el trabajador. Y como la empresa lo necesita y lo requiere —como es obvio, Paulmann no venderá las corbatas ni cortará el jamón para sus clientes— debe ajustarse a las reglas que la sociedad fija para que ese trabajo sea decente y digno.
Y la decencia, no es necesario explicarlo con detención, incluye mucho más que un salario.
En todo caso, Matthei puede estar tranquila.
Muchos ministros del Trabajo antes que ella —personajes de izquierda de puño en alto para los 1 de Mayo—, salvo honrosas excepciones que ya casi ni se recuerdan, hicieron básicamente lo mismo en veinte y tantos años de democracia: nada o casi nada.
Y lo peor. Ni siquiera se daban el trabajo, como le gusta a la Ministra, de aparentar indignación.
Profesor de Derecho Laboral
Universidad Diego Portaleshttp://www.udp.cl/derecho